Mi mejor regalo
- madreadiario
- 17 may 2017
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Un poco atrasado pero necesitaba escribir esto. Hace una semana, justo un día antes del día de las madres, fuimos con los niños a una plaza (ahora soy madre de dos, pero esa es otra historia, que pronto les contaré). En fin, mi niño el mayor, que ahora tiene casi tres entró a divertirse en unos juegos en los que hay una montaña “muy alta y muy grande”.
Hace algunos meses que intenta subirse y no lo logra, esta vez solo veía a los niños que lo hacían con una expresión entre ternura, envidia y desilusión. Sé que me entenderán ahora que les diga que esa carita me partió el corazón, él quería hacerlo, él quería subir, pero no estaba ni siquiera intentándolo porque “ya sabía” que no podría.
Definitivamente ese no es un mensaje que quiero darle a mis hijos, ni con el que quiero que crezcan. Mejor este: “si no puedes hacer algo, está bien, sigue intentándolo y seguro lo conseguirás un día, solo necesitas perseverancia y paciencia, sé constante. Tu siempre puedes.” Estoy convencida de que las cosas que nos creemos, se vuelven nuestra realidad, así que no me parece que esta sea una mala realidad en sus vidas.
Decidimos animarlo a lo que lo intentara, no sabíamos lo que pasaría, pero de algo estábamos seguros y era de que no queríamos que dejara de intentarlo. Así que desde el otro lado de la barda empezamos a animarlo, a decirle que él podía y que intentara de nuevo.
Con una carita de duda, orgulloso de que creíamos en él, pero un poco temeroso, volvió a intentarlo. Al principio se cayó luego, luego. ´¡No pasa nada! Intenta de nuevo, verás que pronto lo logras” Y así orgulloso de que alguien creía en él, después de unos minutos estaba colgado de la cima y no estaba dispuesto a soltarla, no sé cómo lo hizo pero lo logró.
Nunca olvidaré su carita de emoción, de autosuficiencia y de satisfacción al estar ahí parado como los otros niños. Él lo había logrado y no paraba de decírnoslos. Así bajó y subió no sé cuántas veces, cada vez con menos esfuerzo y más confianza. Se nos hacía tarde, pero no quería irse y mamá no se aburría de verlo subir una y otra vez.
Quise guardar ese recuerdo por siempre en mi corazón, ese sin duda, fue el mejor regalo del día de las madres que recibí este año. Y miren que el desayuno que preparó para mí en la escuela fue increíble; pero verlo darse cuenta de que es un niño capaz de lograr lo que se propone no tiene precio.
Y sobre todo enseñarme una y otra vez que debo amarrarme las manos, que aunque muero por resolver su mundo, su mundo es perfecto como es, y que esa capacidad se las damos nosotras al creer en ellos. ¡Qué difícil puede ser! Pero también qué gratificante, sin duda hay que aprovechar y atesorar esos momentos, porque son los que nos quedarán grabados en el corazón el día de mañana que hayan volado.